Todo era mejor cuando no era necesario pretendernos desconocidos. Cuando podía dedicarte un tema frente a cientos de personas y poder gritar que era para vos, alli, en el teatro del colegio. Lo gracioso es que nunca ocupaste la primera fila, siempre estuviste ahi, atrás. Escondida de un mundo que te maltrató tanto, que se comió casi todo lo que había de vos, y solamente dejaron la cáscara. Una cáscara-máscara pero de muchísimos colores, y eran todos nuevos para mi. Un mundo hechos de zapatos de vestir, algunas comiditas y animales a los cuales nunca les hubiese prestado atención de no ser porque vos me los señalabas. Era un mundo cuya historia estaba escrita en aquel cuaderno, que decía tanto y tan poco. Era un mundo de dibujos que guardaba en mis billeteras para poder tener un trozo de este cerca mío constantemente. Todavía esos dibujos me acompañan a todos lados, pero nadie lo sabe. A nadie le importa tampoco, esos tiempos ya se terminaron. Extraño ver tu nombre en canciones viejas, en algunas películas, en algunos colores, en algunas fragancias y sabores. Vivías a mi alrededor, o yo había hecho de tu mundo el mío, o de vos mi mundo. Y quizá podíamos recomendarnos un disco que ya habiamos escuchado los dos, o hablar de comida, siempre hablábamos de comida. Sin duda, la tregua era la risa. Extraño aquellos tiempos en los cuales solamente importaba una sonrisa en tus labios para que mi día comience.
Es el karma de estar muerto.